miércoles, 22 de febrero de 2012

La censura previa está prohibida por la Constitución: La Policía lo debería de saber.

Blasco de Avellaneda

En la mañana de ayer, en torno a las 10 horas, el presidente de la Asociación Pro Derechos de la Infancia (PRODEIN), José Palazón Osma, se encontraba cerca de la Jefatura Superior de la Policía Nacional en Melilla, como casi todos los lunes, acompañando a los grupos de inmigrantes que esperan para ser llevados a la Península o que son requeridos por la propia Policía para proceder a su identificación y posterior traslado a Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) al otro lado del charco.Además, el motivo de ayer era de alegría y regocijo, ya que estaban siendo citados los congoleños que han pasado una docena de días a la intemperie y que finalmente han conseguido su sueño de poder buscarse la vida en el continente europeo.Cuando Palazón se encontraba, como siempre, cámara en mano intentando retratar todos los momentos de importancia social e informativa para trasladarlos luego a su blog, un agente se acercó y sin mediar palabra le requirió que borrase las imágenes que había tomado con su cámara.Al parecer, el policía pensó que Palazón podía estar fotografiándole a él mientras hacía su trabajo a las puertas de la Jefatura. Ante la negativa del activista social a borrar las fotos el agente le quitó la cámara fotográfica, una canon 20D semiprofesional, por lo que José no tuvo otra salida que acompañar al agente e interponer una denuncia en la propia Jefatura por lo sucedido.“En ningún momento pretendí hacer fotos de ningún agente ni de las instalaciones policiales, es más, me encontraba cerca del Centro de Salud y apunté en todo momento a los congoleses”, asegura Palazón.En la denuncia consta que “las fotografías realizadas tienen un claro sentido social”, evitando incluso el identificar ningún edificio institucional, “de tal forma que si apareciese algún funcionario se debería a una acción no intencionada”.El presidente de Prodein cree que este hecho atenta contra dos derechos constitucionales como son el de expresión y el de información. Asimismo, asevera que todas las imágenes “se realizaron en la vía pública y a la vista de muchos viandantes”.De momento la cámara queda en el depósito policial, a la espera de que un juez valore las imágenes y los hechos.Palazón, que lleva más de veinte años trabajando por ayudar a los más necesitados, no sale de su asombro: “Esto no me había pasado nunca, ni en Marruecos”; pero está convencido de que todo quedará en nada, aunque “de momento me han quitado mi herramienta de trabajo”.

Jurisprudencia:

Las personas públicas, que ostentan un cargo público, tales como políticos, funcionarios, cargos electos, jueces, policías, pueden ser fotografiadas con libertad, pues son las que más restringido tienen su derecho a la intimidad y a la propia imagen, en beneficio del derecho a la información: Lo explica el Constitucional en su sentencia 101/2003: “Las personas que ostentan un cargo de autoridad pública, o las que poseen un relieve político, ciertamente se hallan sometidas a la crítica en un Estado democrático, y si bien no quedan privadas de ser titulares del derecho al honor, éste se debilita proporcionalmente como límite externo de las libertades de expresión e información, en cuanto sus titulares son personas públicas, ejercen funciones públicas o resultan implicadas en asuntos de relevancia pública, obligadas por ello a soportar un cierto riesgo de que sus derechos subjetivos de la personalidad resulten afectados por opiniones o informaciones de interés general”.
En el caso de un policía trabajando en la calle, prima el derecho a la información sobre el derecho a la imagen del agente, pues se trata de un funcionario público en el ejercicio de sus funciones.
Además, sólo un juez puede retener material fotográfico, una publicación o información, cuando considere que existe la vulneración de otro derecho fundamental, o se pone en riesgo la seguridad el Estado o la integridad de sus instituciones.
Ningún funcionario puede retener un material informativo. Ningún policía puede retener la cámara o la tarjeta. Esto sólo lo puede hacer un juez. La censura previa está prohibida por la Constitución y castigada en el código penal con penas de inhabilitación absoluta de seis a diez años, según el artículo 538 del Código Penal.


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Complemento a la noticia y foto de José Palazón Osma?

En la Plaza de España de Melilla se concentraron
la semana pasada congoleses y un Saharaui

martes, 21 de febrero de 2012

Entre 40 y 50 congoleños saldrán para CIES de la península el jueves

Esta mañana los congoleses han acudido a la puerta de comisaría de Melilla, como todos los lunes, para ser detenidos voluntariamente y poder ingresar en un CIE de España con una orden de expulsión debajo del brazo.

Esta noticia, que puede resultar chocante, nos muestra con toda claridad cual es la situación que viven los inmigrantes en Melilla.

Casi medio centenar de Congoleños han visto cumplidos sus sueños y han sido seleccionados para marchar esta semana. La otra mitad han sido convocados para la semana próxima.

Junto a Comisaría, en la vía pública, se produjeron momentos de euforia y alegría que intentamos reflejar en este blog con alguna foto. También nos hicimos fotos de grupo, fotos de los que se van, de los que se quedan...

Como siempre alguien tiene que joderlo todo, un 'policía' se dirigió hacia nosotros y nos pidió que borráramos las fotos y como no lo hicimos terminó quitándonos la cámara.

Pensaba el "policía" que le habíamos hecho una foto.... No se daba cuenta de que en esa fiesta no pintaba nada un policía, ni tampoco en las fotos.

Aquí la foto de hoy:



domingo, 19 de febrero de 2012

RD Congo ¡No guerra!


miércoles, 15 de febrero de 2012

Melilla-Mujeres invisibles II

MELILLA – MUJERES INVISIBLES (II)

El espectáculo diario de las `mujeres mula´, porteadoras en la valla que separa Melilla de Marruecos por unos pocos euros, muchas embarazadas o ancianas, ofrece una imagen deplorable de la Frontera Sur de Europa más parecida a la Edad Media que a la del siglo XXI. En esta segunda entrega sobre las mujeres invisibles de la Ciudad Autónoma repasamos su vida, la dificultad que tienen las musulmanas para acceder a las ayudas siendo casi la mitad de la población y la esperanza que tienen puesta en la Viceconsejera de la Mujer, la también musulmana Fadela Mohatar, que accedió al cargo en las últimas elecciones autonómicas con la promesa de mejorar su situación.

Anciana porteadora en la fontera del `Barrio Chino´.

FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por Juan Carlos de la Cal, miembro de GEA PHOTOWORDS

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En la cima del monte de María Cristina, uno de los barrios tradicionalmente musulmanes de Melilla, se levanta la casa que las religiosas de María tienen allí para atender a los más desfavorecidos. Funciona como una misión en África, en medio de 1.500 familias musulmanas. Cuatro hermanas se reparten el trabajo de atender una demanda que les supera con creces. “Todos los días llega una docena de madres pidiendo apenas leche y galletas para sus hijos. Nosotras no les preguntamos si tienen papeles. Por eso vienen. Porque en otros dispositivos es lo primero que les piden para atenderlas. Y eso las discrimina”, asegura con energía la hermana Mercedes Moraleda.

La crisis amenaza con colapsar su humilde ayuda. De un tiempo a esta parte están volviendo muchos melillenses musulmanes que vivían trabajando en la Península y que se han quedado en paro. Viendo tanta necesidad que atender, las religiosas se dieron cuenta de que ayudarlas a resolver sus problemas con la documentación es casi más prioritario que la propia comida. Así, todas las tardes, más de 200 mujeres acuden a las clases de las “monjas del monte” como las llaman en el barrio, para prepararse la “prueba de españolidad”, un examen impuesto por el Gobierno a los inmigrantes antes de concederles cualquier tipo de papeles, y donde les preguntan cuestiones muy básicas sobre la actualidad española.

“Todas tienen claro que sin documentación hay menos ayudas. Y la mayoría son analfabetas que no saben nada del mundo porque las han criado así. Apenas ven la televisión y menos aún las noticias. Por eso muchas no saben ni quién es el presidente del Gobierno. Incluso se hacen líos con el euro, en cuanto al cambio y demás”, asegura la hermana Mercedes. Otro de los servicios que ofrecen las monjas es formar a las mujeres para poder trabajar en el servicio doméstico. “Nuestra orden nació hace muchas décadas con esa misión de enseñar a las chicas que llegaban del campo a servir en la ciudad en la posguerra para que se sintieran más seguras. Antes lo hacíamos con las campesinas españolas y ahora con las marroquíes. Porque la explotación es grande. Muchas trabajan como internas por 100 o 150 euros al mes. Y como no tienen papeles, ni seguridad social, tienen que tragar con todo tipo de explotación”.

Las calles del barrio están llenas de niños a cualquier hora del día. Es evidente que muchos no están escolarizados. Y los que lo están acuden a la Residencia de Estudiantes Marroquíes, un centro no homologado en España. El Monte de María Cristina no es precisamente un paraíso para vivir. Además de la cárcel, integrada en el paisaje urbano como un edificio más, rodeada de viviendas convencionales, el barrio alberga la única incineradora de la ciudad, un enorme repetidor parabólico y un helipuerto. “Mis hijas tienen unas alergias en la piel que no se van con nada. Hay muchos niños con asma y problemas bronquiales. Todo por culpa de esa incineradora. Dos veces por año para un mes para cambiar los filtros y aquí no hay quién viva, ni respire, ni nada. La basura se queda acumulada durante ese tiempo. Imagina el olor. Y cuando vienen los helicópteros, esto parece Afganistán. Muchas casas están rajadas por las vibraciones”, nos comenta Abdelkader El Funti, presidente de la Asociación de Vecinos Azahar, una de las más antiguas del barrio.

`MUJERES MULA´

Sin embargo, la escena más demoledora para la autoestima femenina en España la podemos ver todas las mañanas en cualquiera de los pasos fronterizos de la frontera con Marruecos. Cada día, miles de mujeres la atraviesan para ejercer de porteadoras en un tipo de contrabando que las autoridades españolas denominan eufemísticamente: “comercio atípico” y que, después del hachís, es el principal motor económico de la región del Rif desde hace más de cinco décadas. Más de 700 millones de euros anuales se mueven en Marruecos procedentes de este comercio.

A las 6 de la mañana las “mujeres mula”, como se las conoce en el argot fronterizo, se agolpan en el lado marroquí para iniciar la “carrera” de todos los días. Su edad oscila entre los 15 y los 75 años, embarazadas y ancianas, da igual, y su “capacidad de carga” llega hasta fardos de 80 kilos. Ordenadas sin muchas contemplaciones y a porrazos por los policías marroquíes, bajan corriendo los 200 metros de cuesta del lado español hasta lo que se conoce en Melilla como “Barrio Chino”: una enorme explanada junto a las naves industriales donde esperan decenas de furgonetas blancas cargadas de ropa usada, zapatos, pañales, mantas o cualquier cosa de ser susceptible de vender en Marruecos. La mercancía ha sido comprada por los intermediarios en los almacenes de la ciudad y llevados allí para despacharlos en un “desorden bien ordenado”.

Los fardos están preparados, numerados y con nombre y apellidos. Un hombre subido en la furgoneta va cargándolos sobre la espalda de las mujeres que, doblando el espinazo de una forma insólita, suben todo lo rápido que pueden la cuesta para atravesar de nuevo la frontera. Los guardias civiles españoles tratan de impedir las aglomeraciones. “Si no estuviésemos aquí se matarían”, confiesa uno de ellos. Los bultos son entregados al otro lado, en otras explanada y a otros intermediarios que completan el círculo pagándolas entre tres y cuatro euros por fardo. En el mejor de los casos ninguna de las porteadoras recibirá más de 20 euros por jornada. Además, tendrán que pagar medio euro a cada agente que le pide la documentación. Si no lo hacen, las mandan al final de la cola. Y así una y otra vez. Por eso, el puesto de guardia fronterizo en Marruecos está tan cotizado.

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`Mujeres mula´ cruzando la frontera hacia Marruecos.

FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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En noviembre de 2008 la muerte de una mujer, Safia Azizi, a consecuencia de una hemorragia pulmonar por aplastamiento de tórax al ser arrollada por otras porteadoras, sacó a la luz esta situación y se hicieron algunas actuaciones. Hoy las condiciones de seguridad han mejorado un poco en el lado español –han puesto un sombreado militar con humidificadores para que no se cuezan al sol- aunque la imagen de estas mujeres embarazadas, ancianas, algunas también minusválidas, dobladas bajo el peso de su carga sigue helando el corazón. Unas imágenes más propias de la Edad Media que de la Europa del siglo XXI.

FADELA MOHATAR, Viceconsejera de la Mujer en Melilla

Para hacer frente a esta situación, el gobierno de la Ciudad Autónoma de Melilla ha colocado al frente de la Viceconsejería de la Mujer a Fadela Mohatar, una periodista española de origen bereber que ya puede presumir de ser la mujer musulmana que más lejos ha llegado en un cargo público en nuestro país.

Fadela, locuaz, alegre y con mucha energía, está recién estrenada en el cargo tras las elecciones autonómicas de la pasada primavera. Reconoce que la situación de las melillenses es muy delicada. “Las mujeres aquí están condenadas a una falta brutal de oportunidades a todos los niveles. Y eso es algo que tenemos que corregir”, asegura desde su sencillo despacho de la Consejería de Educación, a la que está adscrita su departamento. Fadela, que ha trabajado 17 años como periodista en diferentes medios locales, conoce de primera mano todos estos problemas que ha sufrido incluso en carne propia.

Hasta que cumplió los 18 años y juró la Constitución, la Viceconsejera fue también una “mujer invisible” a efectos legales. “De pequeña, como no tenía documentación, tenía que pedir permiso hasta para viajar a la Península de viaje de estudios. El día que me prohibieron hacer uno lloré de impotencia ante una situación totalmente injusta. Entonces me lancé a la callé y participé en las manifestaciones que se organizaron para protestar contra la primera Ley de Extranjería que pretendía convertirnos a los musulmanes de Melilla en apartidas en nuestra propia tierra, sin derecho a tener propiedades ni entrar en los dispositivos de ayuda a los que tenían acceso el resto de la población”, asegura Fadela.

La periodista, sin embargo, habla hoy con esa frescura e ilusión de la política recién llegada al cargo con las ganas intactas de encontrar soluciones para estos problemas. “El problema de las melillenses está ligado a otros factores generales de difícil arreglo. Por un lado, el fuerte impacto de la economía sumergida en nuestra ciudad fomenta la explotación de muchas mujeres en el servicio doméstico. Por otro, la falta de viviendas sociales –tenemos a más de 1.000 familias en lista de espera- cuya construcción ha sido bloqueada sistemáticamente por el Gobierno central socialista, nos deja con las manos atadas para resolver asuntos como el de Khadija que, por cierto, ha sido instrumentalizado políticamente por algunos sectores de la ciudad. Es fácil arremeter contra los servicios sociales. Pero, ¿qué se puede hacer si no hay medios?”, asegura Fadela.

La Viceconsejera defiende el papel de los servicios sociales de Melilla a pesar de todas las críticas recibidas: “tratamos de evitar que nuestras ayudas sirvan de “efecto llamada” a las decenas de miles de mujeres marroquíes que viven al otro lado de la frontera. Por eso insistimos tanto en la documentación. Se está trabajando para que todas las receptoras demuestren por lo menos un cierto arraigo en la ciudad. Y, aún así, atendemos más de lo que podemos. De hecho, tenemos el hospital con mayor índice de natalidad de España porque la mayoría de los partos corresponden a mujeres marroquíes que cruzan la frontera para dar a luz aquí. Hace falta un gran pacto entre todas las instituciones, y mucho dinero, para conseguir invertir la situación…

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ESTE REPORTAJE SE PUBLICÓ EL PASADO SÁBADO EN LA REVISTA `YO DONA´DEL DIARIO EL MUNDO.

martes, 14 de febrero de 2012

Los nacionales de la R.D. Congo siguen su concentración ante la delegación del Gobierno en Melilla.


Los residentes del CETI de Melilla de la R.D. del Congo siguen su concentración frente a la Delegación del Gobierno en la ciudad.

Hoy han presentado en la Delegación más de 300 firmas de solidaridad de ciudadanos de Melilla que piden que se les permita salir a la península. E
stas firmas se han recogido durante el fin de semana.

La campaña de recogida de firmas seguirá durante los próximos días.


lunes, 13 de febrero de 2012

Melilla-Mujeres invisibles.

MELILLA –
MUJERES INVISIBLES (I)
Se calcula que hay más de 10.000 mujeres trabajando en Melilla de forma irregular, sin papeles en regla y a merced de unos maridos que las maltratan sistemáticamente bajo la amenaza de que las expulsen a Marruecos si les denuncian. Se casaron con ellas por el rito musulmán pero no inscribieron el matrimonio en el Registro Civil por lo que no existen, son “fantasmas” para la Administración que se aprovecha de la situación para someterlas a otro maltrato, el institucional, alejándolas de cualquier derecho a recibir ayudas. La Ciudad Autónoma es la que más denuncias tiene por violencia de género en España. Este reportaje se publicó el pasado sábado en la revista Yo Dona del diario El Mundo.

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Maghniya Baddoury, 35 años, nació en Marruecos, en el Rif profundo.

FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por Juan Carlos de la Cal, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Ser mujer, Musulmana, Sin marido, Sin papeles y Con hijos. Esta es la ecuación que garantiza el pasaporte a la “invisibilidad” en una ciudad como Melilla (80.500 habitantes). El lugar está lleno de “fantasmas” femeninos. Mujeres que trabajan, crían a sus hijos, huyen del pasado y se aferran a un presente en silencio, resignadas, sin hacer ruido, enclaustradas entre el mar y Marruecos, rezando para que no llegue el día en el que tengan que elegir cual de las dos opciones prefieren.

Los ojos de Maghniya Baddoury, 35 años, reflejan exactamente lo que dice el último parte médico que guarda en el único armario de su infravivienda, en el barrio hebreo de Melilla: “Triste, deprimida, con llanto continuo y muchos problemas”. Su historia refleja lo que les sucede a muchas de las 10.000 mujeres que trabajan en la Ciudad Autónoma prácticamente indocumentadas, excluidas de cualquier censo, con el miedo de su ignorancia arrebatándoles el corazón. Nació a 40 kilómetros de Melilla, en el Rif profundo, en el seno de una familia de campesinos y en una época donde la frontera no separaba tantos mundos como ahora. Su primer amor se llamaba Abdelrahim y lo perdió al cumplir los 15 años, cuando sus padres la obligaron a casarse con Mimoun, un primo suyo vendedor de pescado, que solía frecuentar su casa en la época de la recogida de la aceituna, y al que nunca quiso. Ahí se hizo mayor de repente. Su infierno vital comenzó sin transición, obligada a irse a vivir con un hombre que la maltrató, vejó y enajenó desde el primer día.

“Bebía mucho. Me pegaba incluso cuando estaba embarazada de mis dos hijos. Les echaba la cerveza encima para que el Imam les regañase cuando iban a la mezquita”, recuerda Maghniya en un susurro como si temiese que su ogro estuviera escuchando al otro lado de la pared. Aguantó nueve años hasta denunciarle a la Policía marroquí. Se divorció un miércoles y escapó al pueblo de Beni Enzar, al otro lado de la frontera melillense, donde alquiló un cuarto por 40 euros mensuales en el que se metió con su hijo mayor, Jamal (hoy con 17 años), y la pequeña Sohaida, ya con 14. Hasta que el torturador apareció de nuevo y tuvieron que huir hacia el único lugar donde estarían seguros: Melilla.

Su camino ya estaba indefectiblemente unido al de la ciudad española. Pronto encontró trabajo como cocinera en un bar de la ciudad donde alquiló una modesta casa por 200 euros al mes. Jamal la ayudaba vendiendo tabaco, chicles, periódicos en una época, no tan lejana, donde era normal ver a críos por las calles de Melilla buscándose la vida. Pero las leyes cambiaron y Jamal consiguió una plaza en un centro de menores donde comenzó a estudiar por primera vez en su vida. La pequeña, por su parte, ya iba al colegio marroquí de Melilla, única opción para los hijos de los musulmanes sin papeles de la ciudad.

Maghniya es analfabeta. Nunca supo nada de papeles ni documentos. Acostumbrada a un mundo de hombres, donde las mujeres tienen que pedir permiso hasta por respirar, se dejó llevar por el destino, orgullosa de que sus hijos, por lo menos, ya sabían leer y escribir. Pero a finales de este verano, alguien le dijo que porqué no solicitaba una ayuda social, que tenía derecho a ella y que seguramente se la darían “porque las autoridades son muy sensibles a casos como el suyo”. Lo hizo. Y todavía se está arrepintiendo de ello.

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Maghniya Baddoury y su hijo Jamal.

FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Cuando le quedaban apenas unos meses para cumplir los 18 años bajo la tutela de la Consejería de Bienestar Social, Jamal fue expulsado del piso de acogida de la Asociación Nuevo Futuro donde se estaba formando, entre otras cosas, como electricista. La razón: había “aparecido” su madre. La consecuencia: ya no tendrá la tarjeta de residencia que a punto estaba de conseguir al alcanzar la mayoría de edad en un centro tutelado. Ahora, madre e hijo están indocumentados, sin ayudas sociales ni posibilidades de conseguir ninguna por la ausencia de papeles en regla. Su caso está siendo investigado por el Defensor del Pueblo. Maghniya siente que ha caído en una trampa legal mientras Jamal no entiende nada. Ahora, entre los posters de Messi de su cuarto compartido, sueña con ser policía…

EL `CASO KHADIJA´

El hiyab no consigue ocultar los mechones blancos del cabello de Khadija Belgasi. Tiene 42 años, pero las canas aparecieron la última primavera. La encontramos en un piso grande, el más grande donde ha vivido jamás, en uno de los barrios de Melilla que están junto al mar. Los 500 euros de alquiler fueron avalados por los socios de Prodein, una combativa asociación de ayuda a la infancia, que la rescató de la calle junto a sus 4 hijos cuando se instaló en un banco de la calle en la Plaza de España, justo enfrente de la sede de la Ciudad Autónoma de Melilla, pidiendo que le dieran una vivienda. La suya la perdió en un desahucio por no poder pagar el alquiler.

Su historia se asemeja mucho a la de Maghniya, pero con doble sufrimiento. El padre de sus hijas mayores (Nadia, 23 años y Dunia, de 17), es español y 20 años mayor que ella. También se casaron por acuerdo familiar. Lo primero que recuerda de él es la bofetada que le dio al día siguiente de la noche de bodas. La última la recibió hace 15 años, la noche antes de escapar de un pueblo marroquí al otro lado de la frontera. Consiguió llegar a Melilla, encontrar un trabajo que le dura ya 14 años y colocar a sus hijas en el colegio marroquí de la ciudad. Los dos pequeños, Mohamed, de 7 años y Adam, de 5, son hijos de otro padre español de nombre Suleiman que no la pegaba, pero que la abandonó una mañana cuando se fue a la obra. La dejó con un montón de meses de alquiler de deuda y la sensación de que el mundo no estaba hecho para ella.

“Después de atenderle muchos años casi como una esclava, lavando su ropa, cocinando para él, pagándolo todo con mi sueldo de cocinera, me abandonó sin más. Y con lo menos posible. Le buscó. ¡Pero si vivía como en un hotel, sin hacer absolutamente nada en la casa, ni por mí, ni por los niños!”, recuerda Khadija. Herida en lo más profundo de su orgullo, Khadija desafió el orden impuesto a las mujeres melillenses y se lanzó a la calle en busca de su marido. Y le encontró. Para enterarse de que tenía ya dos mujeres, dos familias, a las que también mantenía en el tiempo, casi todo, que estaba fuera de casa.

Meses después Khadija y sus 4 hijos se encontraron en la calle con lo puesto. Siguió llevando a los pequeños al colegio y por las noches se iba con ellos a dormir al parque, “de camping” les decía “veréis que divertido”. La “diversión” duró una semana. El tiempo que el más pequeño le preguntó un día: “Mamá, ¿porqué vivimos como los pobres?”. A la mañana siguiente, Khadija dejó de ser la Mujer, Musulmana, Sin marido, Sin papeles y Con hijos, esto es: la mujer humillada, sumisa, resignada, silenciosa e invisible y, por primera vez en su vida, acudió con su analfabetismo a cuestas a pedir ayuda al Ayuntamiento de la ciudad.

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Khadija con sus hijos Mohamed y Adam.

FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Entre promesas, trámites y demoras de la Administración, la “nueva” Khadija pasó otra semana en la calle con sus hijos asumiendo que ya no estaban “de camping”. Finalmente la pagaron una semana de pensión. Después la calle de nuevo. Se fue a dormir a la puerta de la Consejería y una noche la Policía llegó con unos funcionarios y una furgoneta gris para llevarse a sus hijos a un centro de menores. Khadija se había quedado sin marido, sin casa y ahora sin hijos por ser una Mujer humillada, sumisa, resignada, silenciosa e invisible…

El escándalo, denunciado por Prodein en los medios locales y nacionales, fue monumental. Agitada políticamente, la entonces consejera María Antonia Garbin tuvo que salir a la palestra a explicar el caso asegurando que Khadija y su familia “habían sido debidamente atendidos”. Rectificaron sobre la marcha , le ofrecieron un piso, le han dado una ayuda de 1.600 euros para pagar los primeros meses de alquiler y le han devuelto a los hijos. También le pagan una parte del alquiler actual. Sin embargo, no han conseguido quitarles el miedo que Mohamed y Adam le tienen a las furgonetas grises…

¿FINAL FELIZ?

Se puede decir que, con todo, Khadija ha tenido suerte. Pero su caso, como el de Maghniya se presenta como la punta de un iceberg social de mucho calado en una ciudad pequeña y fronteriza como Melilla. “Es un apartheid sistemático. Devuelven al menor a una madre que no tiene condiciones para recibirlo, para no tenerlo que documentar, mientras que le quitan los hijos españoles a la otra porque vive en la calle con ellos por no tener donde ir. Y todo por el tema de los papeles. En Melilla hay 10.000 mujeres así. Unas vienen de Marruecos todos los días a trabajar aquí y otras viven desde hace años apenas con una tarjeta de residencia, teniendo ya hijos nacidos en España. Son carne de cañón barata para ser explotadas en todo tipo de trabajos con muchas horas diarias y muy poco sueldo”, denuncia José Palazón, el presidente de la Asociación Pro Derechos de la Infancia (PRODEIN).

Este iceberg lo materializan también las estadísticas y estudios que afirman que Melilla está a la cabeza en cuanto a casos de violencia de género. La diferencia con el resto de España viene marcada por la ausencia de papeles. “Actualmente existe en la ciudad un porcentaje muy alto de mujeres inmigrantes unidas a hombres con DNI español, casadas por el rito musulmán pero sin registrar civilmente, por lo que no existen en ningún sitio. Para muchas familias de Marruecos, casar a su hija con un español es el mejor de los destinos. Por eso se hacen esos acuerdos de familia con el mismo resultado siempre: una chica muy jovencita, sin apenas cultura, se casa presionada con un hombre mayor que apenas conoce con lo que queda expuesta a cualquier cosa que los maridos quieran hacer con ellas. La amenaza de abandonarlas en Marruecos, lejos de sus hijos ya españoles, es suficiente para convertirlas en sus esclavas de por vida. Nosotros calculamos que apenas se denuncia el 15% de los casos de maltrato que se producen”, asegura José Alonso, presidente de la Asociación de Derechos Humanos de Melilla.

Sin embargo, esta “invisibilidad” de las mujeres melillenses no es nueva. Ya en 1909, la que es considerada como la primera corresponsal de guerra española, Carmen de Burgos, más conocida con el seudónimo de “Colombine”, enviada a Melilla por el Heraldo de Madrid para cubrir la guerra del Rif, escribió: “Pareciera que judíos, musulmanes y cristianos rivalizan por esconder a sus mujeres”. Hay un ejemplo que la investigadora María Ángeles Sánchez, autora del estudio “Mujeres de Melilla”, ilustra este olvido predeterminado: “Si tuviéramos que considerar el reconocimiento que se tiene de las mujeres en esta ciudad por lo que reflejan los nombres de sus calles o plazas, llegaríamos a la conclusión de que, realmente, no existimos”.

ESTE REPORTAJE CONTINÚA EN UNA PRÓXIMA ENTREGA

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