lunes, 1 de octubre de 2012

"Nos veremos en Ceuta la próxima semana"

Foto de la valla de Melilla.

Domingo, 30 de Septiembre de 2012 13:00 , Carmen Echarri: El Faro de Ceuta.
http://www.elfarodigital.es/ceuta/sociedad/107722-nos-veremos-en-ceuta-la-proxima-semana.html

Yousef muestra sus manos plagadas de cortes.

También sus brazos y parte de su cabeza. Son las marcas que han dejado su cuarto intento de entrada. Esta vez por la valla. Hasta allí llegó con otro compañero. También subsahariano. Éste muestra sus extremidades inferiores, las más castigadas por la hilera de concertinas que blindan los más de ocho kilómetros de perímetro fronterizo. Un muro repleto de cámaras y sensores que ha sido burlado por miles de personas desde finales de los años 90, y que también ha dejado muertos. Hace siete años fueron más de diez los que se desangraron o murieron tiroteados en el mediático ‘asalto a la valla’, al que hoy ya ni recuerdan las oenegés. Yousef tampoco. Prefiere olvidar que otros han muerto haciendo lo que él pretendía. “Saltamos pero nos cogieron los hombres de verde y otra vez estamos aquí”, indica a ‘El Faro’ en una entrevista que tiene lugar en plena carretera, a pocos kilómetros ya de la frontera, en el monte de Yebel Musa.
Antes que la valla hubo otras maneras. “Dos veces he intentado pasar en balsa, a remos, pero no he podido. Y otra más nadando”, advierte. Otros como él han explotado, en los últimos meses, la vía marítima, que ahora se amanece blindada, llena de militares que hacen prácticamente imposible llegar a la carrera. Pero su objetivo sigue siendo Ceuta. “Nos veremos la próxima semana allí... seguro”, sonríe. El inicial recelo mostrado a quienes se presentan como periodistas da paso a la conversación. Quien más quien menos tiene una historia.
En torno a doce subsaharianos salen de los bosques y se apostan en la carretera, la misma a la que acuden todos los días para pedir comida, para hacer señales a los vehículos buscando de ellos algún dirham. Así subsisten, día tras día, noche tras noche. Son de Guinea, de Senegal, de Malí... todos tienen en común un mismo recorrido y similar objetivo. En los montes que han convertido en su zona de refugio han integrado pequeños grupos que son autosuficientes y que se reparten las tareas. Ya no forman los viejos campamentos de antes, que eran asediados por los mehanis. Ahora han aprendido. Se separan y duermen en distintos puntos. Unos en un sitio, otros en otro. Y aún así, todavía recuerdan la última redada que se llevó a cabo con motivo del Ramadán. Yousef recuerda que se llevaron a mujeres, también hombres. Ahora han quedado menos. Habrá no más de 40, se adentran en los bosques evitando que hasta ellos lleguen las fuerzas de seguridad. Parte de estos pequeños grupos se encarga de salir a la carretera para pedir dinero; otros usarán esas monedas para comprar eligiendo las zonas más alejadas, en las que pasen desapercibidos. Se lavan y beben en los cursos de agua. Otros se encargan de vigilar por carretera y por el monte. Hay quienes tienen encomendada hacer la comida.
El trabajo se reparte mientras que, cada día, grupos aislados intentan ganar la batalla a la suerte para que la moneda les ofrezca la cara. Son demasiadas las cruces que conocen, pero no se cansan. “Lo seguiremos intentando”, dicen otros compañeros.
Los hay que arrastran deportaciones. Que han llegado a pisar la península, pero saben también lo que significa la detención y la expulsión. Algunos han llegado a países que no eran los suyos y han tenido que volver a repetir la historia, el camino, las vicisitudes.
¿Visitar el campamento? Imposible. Hablar con los periodistas ya resulta peligroso como para permitir que estos vean dónde viven. Temen, quizá por malas experiencias, que finalmente sus escondites sean conocidos por los agentes marroquíes. Su vida avanza así en medio de una lucha por evitar la detención.
Ese deseo por pasar desapercibido es mucho más evidente en la Medina de Tánger. Por sus calles, por los zocos, caminan parejas de subsaharianos. No más. A lo sumo algún pequeño grupo aislado. Quieren pasar desapercibidos. Ellos se dedican a comprar, incluso son atendidos por las pequeñas oenegés asentadas allí o por las monjas.
Si se les interroga dicen ser estudiantes, otros señalan que viven en Marruecos desde hace años, y hay quienes, con una sonrisa, dicen que han venido a Tánger de vacaciones. Las pensiones les sirven a algunos de cobijo. Pero saben que allí tampoco están protegidos. La Policía ha hecho redadas en algunos de estos establecimientos, redadas que cuentan con la colaboración de quienes explotan estas pensiones. Así que mejor frecuentar las zonas más pobladas en parejas, mientras otros compatriotas vigilan los asentamientos.
En Ceuta la Guardia Civil sabe que en cualquier momento la situación de ‘calma chicha’ puede cambiar. Hoy no hay presión, ¿pero mañana? Nadie contesta. En los últimos meses han visto de todo. Desde entradas masivas de subsaharianos a la carrera que no podían controlar hasta acercamientos aislados a la valla o entradas, buscando la sorpresa, por las dos bahías. Al otro lado Melilla, donde la presión es mucho mayor. “Ninguna autoridad puede decir que tenemos la inmigración controlada. Sería un engaño. Esto es cosa de épocas, hoy estamos tranquilos, mañana la situación puede cambiar”, apunta una fuente oficial de la Benemérita.
Los servicios de información actualizan los datos a diario. Son los que se encargan de saber cómo está la situación al otro lado de la frontera, de cuánta presión se puede estar hablando. Son datos, solo eso. Tras ellos están las historias.
Junto a Yousef está otro compatriota. Sigue guardando sus pies en unas zapatillas de buceo. Son las que usó para intentar colarse en una balsa, pero no le salió bien. A él nunca le han detenido, siempre ha escapado. Pero sabe de otros que sí, que los metieron en un vehículo y que los echaron. La frontera con Argelia es la gran temida. Terminar en el desierto puede suponer la muerte, pero ese el camino que sigue Marruecos siempre que quiere deshacerse de una inmigración que le molesta, con la que juega, ya que la utiliza para buscar una mayor o menor presión ante la Unión Europea.
Los subsaharianos no sólo temen a los agentes. También a los delincuentes que les asedian para robarles. Sobre todo en la Medina de Tánger, en aquellos callejones en los que se unen ladrones, drogadictos, lo peor de las mafias, que encuentran en quienes buscan escapar de África las monedas que esconden para vivir y no morir en los montes. En unos montes en donde han tenido que abandonar a compañeros enfermos, o en los que han terminado por enfermar para, extenuados, llegar hasta Ceuta para encontrar aquí la muerte.
“Conseguiremos llegar”, dicen. ¿Controlar la inmigración? Desde un despacho del mundo desarrollado algún incrédulo puede colar dicha mentira a cualquier medio de comunicación que nunca haya visto la forma de vida que hay al otro lado. Quienes se enfrentan a las peores mafias, a un desierto convertido en una gran tumba, a una valla que esconde los más crueles asesinatos o a un Estrecho en el que han muerto más de 7.000 inmigrantes en los últimos diez años siguen soñando con Europa. La Europa herida de muerte por la crisis, pero igual de atractiva para quienes no entienden de crisis porque nunca han tenido algo.

LA GUÍA DE LA INMIGRACIÓN
¿Cuántos esperan para pasar?
Las fuerzas de seguridad estiman en algo más de 500 los inmigrantes que pueden estar en la primera línea de entrada hacia Ceuta. Esto es, la zona que comprende Castillejos, Biutz, Oued Mersa, Dalia y Ksar-kebir. Hay tres grandes zonas de mayor concentración subsahariana: Oued Mersa (detrás de la mujer muerta), el gran bosque detrás de Tánger-Med y Ksar-Kebir. Al margen de estos asentamientos, los más duros, están las pensiones, sobre todo en Tánger.
¿En qué condiciones se encuentran?
La situación para el colectivo no es nada fácil. Están presionados y con la llegada del otoño-invierno la entrada de se hace más complicada. Padecen un alto grado de desesperación, no viven sino que subsisten y su estado de salud es precario. Están muy controlados por la Policía marroquí que aunque no asalta los campamentos más ocultos en el bosque sí que mantiene controles estrictos  en las carreteras y a ambas bahías. El miedo y la desesperación les marcan y definen su actual vida al otro lado.
Los de alto poder adquisitivo
Esa situación de penuria no afecta a otro colectivo: aquel que intenta la entrada pagando importantes cantidades económicas: entre 3.000 y 6.000 euros, pasando en moto de agua (ahora menos) o en los coches (dentro de salpicaderos, maleteros, debajo de los asientos o simulando ser un asiento -como aparece en esta foto-). Estos subsaharianos no han pasado por el monte, vienen captados por las mafias como parte de un paquete de viaje agenciado ya desde Rabat.
Presión en la valla
Las cámaras del COS detectaban ayer un pequeño grupo de subsaharianos -no más de diez- que intentaban acercarse a la doble valla. Es la escena que lleva repitiéndose en las últimas semanas: acercamientos de pequeños grupos que pretenden el salto haciendo uso de escaleras. Son el resultado de acciones a la desesperada. Éstas o las de aquellos que se arrojan al mar. Esta semana se rescataron a varios en las inmediaciones de Benzú.
Colaboración para los pases
Cuando los subsaharianos deciden aproximarse más a Ceuta lo hacen por una misma vía que es atravesando Beliones y descienden ladera abajo dirigiéndose hacia Benzú en donde pernoctan en un área boscosa lejana al puesto fronterizo. Este paso lo dan después de haber contactado con alguien que les ayudará a pasar, bien un pescador con su bote o alguien que les indica cómo hacerlo. Se han dado caso de entradas, a la misma hora, por ambas bahías.