martes, 20 de noviembre de 2012

MELILLA: ESCLAVITUD EN EL SIGLO XXI


MELILLA: ESCLAVITUD EN EL SIGLO XXI

El caso de Mohamed Ziane no es, por desgracia, un hecho aislado. Nacido en los alrededores de Fes una importante empresa melillense le ofreció trabajar como vigilante por cuatrocientos ochenta euros, día y noche, y a cambio de contratarlo legalmente. Él no tuvo problema en trasladarse junto a su familia a las instalaciones de la compañía con la esperanza de conseguir un contrato de trabajo que le permitiese pedir el permiso de residencia. Este documento, sin embargo, nunca llegó y durante más de diez años han vivido en condiciones infrahumanas. 

Han pasado dieciséis años desde que Hamed comenzó a trabajar como vigilante en una importante empresa de metal melillense, y hasta hace cuatro confiaba en que le harían un contrato de trabajo con el que podría solicitar el permiso de residencia. “Yo ya estoy viejo y me da igual, pero es importante para mis hijos”, insiste este marroquí nacido en los alrededores de Fes, ya que sin este documento ni siquiera puede escolarizar a sus seis pequeños quienes asisten a la Residencia de Estudiantes Hispano Marroquí, un centro no exige la nacionalidad española a los alumnos. Tampoco tienen derecho a la sanidad y cuando alguno de sus hijos, su mujer o él mismo se han puesto enfermos los han atendido gracias a algún trabajador, que a título individual, les ha facilitado acceder a un médico. “Siempre hay gente buena, de corazón blanco”, nos dice Hamed sin dejar de sonreír. Tal vez, por eso, en ningún momento dudó de su antiguo jefe, y no tuvo problema en trasladarse, junto a su familia, a una pequeña construcción situada en el mismo almacén que tenía que vigilar. No le sorprendió que para entrar, en vez de llamar al timbre, se golpease la pared, sonido del que se hace eco una antena que tienen justo al lado de su hogar.

Nunca se quejo de que sus seis hijos tuvieran que dormir en la misma habitación, de la humedad de las paredes, de no disponer de agua caliente o de tener que estar pendiente todo el día, por cuatrocientos ochenta euros, de la mercancía de la empresa. Unas condiciones infrahumanas que a priori cualquier persona rechazaría, pero que él y su esposa Zhara aceptaron con la esperanza de que su contrato de trabajo llegaría, pero no fue así, sino todo lo contrario. “El dueño de la empresa vino a finales de dos mil ocho y me dijo que las cosas iban a cambiar, que yo vendría a trabajar, pero que me llevara a los niños y a mi mujer a Beni-Enzar”. Decisión que tomó el propietario de esta compañía, nos aclara Hamed “por miedo a la Inspección de Trabajo”. Su respuesta, esta vez, seguramente no fue la que el empresario esperaba, “le dije que no tenía a dónde ir y que si me echaba me tendría que dar lo mío”. Él se negó y fue entonces cuando este trabajador decidió contactar con un abogado. Desde ese momento la empresa lo obliga a abandonar la pequeña casa en la que vive  y le ha puesto varias denuncias. “Dicen que estoy robando la luz”, nos dice señalando el cable que va desde el almacén a lo que es su vivienda. Él, por su parte, reclama lo que la empresa, por dieciséis años de trabajo, le debe. Lo que inevitablemente no le devolverán es el tiempo, los días, que ha dedicado a un empleo que no le ha permitido a esta familia vivir en unas condiciones dignas ni desarrollar su vida plenamente. Prueba de ello es que Zhara prácticamente no habla castellano, al vivir aislada en este patio, no ha tenido la oportunidad de relacionarse con nadie. 

Mientras tanto, con la orden de deshaucio paralizada y a la espera de que el juez dicte sentencia, Zhara y Hamed no dejan de repetir “Inshallah” (Si Dios Quiere), con el convencimiento de que, esta vez, se les reconozcan sus derechos. Atrás queda el miedo por el que han estado callados todos estos años, algo que ya, por suerte, es historia.


Ver más en:

Periodismo Humano:

Diario.es: