“Hausa” es el idioma que hablan unos 40 millones de personas en la
zona del Sahel.
“Yunwa” es un sustantivo de dicho idioma cuya traducción literal es:
“hambre”.
Mi primer contacto con “Yunwa” fue en un hospital en el
norte de Burkina Faso. Nos presentó una señora de la etnia Peul de nombre Hawe, de 31 años aunque que
parecía tener muchos más. Envuelta en una tela del mil colores, extremadamente
delgada, elegante, y transmitiendo una dignidad infinita se apretaba el pecho
con fuerza para sacar una gota de leche con la que alimentar a su hijita que
mantenía en brazos ¡Una gota de leche imposible!
Hawe me miraba fijamente a los ojos con
desesperación y resignación al mismo tiempo. Intentaba hacerme entender
apretujándose el pecho, lo que era evidente: “Yunwa” les había pillado a ella y a su niñita… ¡y allí estaban las
dos!... Absolutamente frágiles, absolutamente tristes, casi sin fuerzas para
seguir buscando esa gota de leche ¡Sin esperanzas!
Afortunadamente para ambas, la
dirección del hospital nos informó que desde que se abrió el centro especial de
recuperación que gestiona Médicos del Mundo la mortalidad que provoca Yunwa ha
descendido del 17% al 3% de los ingresos hospitalarios. La mayoría de las
muertes se producen entre las 24 a 48 horas siguientes al alta en el hospital y
en casos prácticamente irreversibles donde a la desnutrición grave viene acompañada de otras
complicaciones: Diarreas, malaria, VIH… también en estado avanzado.
Hawe y su hija ya habían pasado esas horas
críticas y su estado seguía una evolución favorable pero Hawe no dejaba de
pensar en lo que le dijo el curandero de
su aldea “debería tomar unas infusiones de hierbas porque alguien le había
hecho mal de ojo a la niña y por eso estaba malita” pero la niña no mejoraba
con las hierbas y por eso estaba en el hospital pero…
Es la época de lluvias y en estos
meses Yunwa se crece y muestra toda su crueldad. Casi toda la población del
Sahel vive de la agricultura y es el momento de cultivar la tierra, por eso
muchos pequeños que estaban en tratamiento se han ido ¡no están! Las mujeres se
han marchado para garantizar la supervivencia del resto de la familia cuando llegue
la estación seca. Hay que obtener una cosecha más o menos suficiente de: sorgo,
mijo, maíz o cacahuetes, dependerá de la climatología pero que no llega casi
nunca para comer todo el año ¿Pero qué otra cosa pueden hacer? Y aunque fuera
una buena cosecha: El sorgo, el mijo, el
maíz o los cacahuetes ¿podrán cubrir todas las necesidades nutricionales de la
familia doce meses?
¿Pero que otra cosa pueden hacer?
En octubre volverán al hospital porque la
cosecha no se ha recolectado todavía y la despensa del año pasado ya se acabó
hace tiempo. Las madres casi no han
comido para que puedan comer, un poco al menos, el resto de la familia… pero si
las madres no comen no dan leche para los pequeños, ya de por sí desnutridos...
En octubre la situación de los pequeños será crítica.
La desnutrición en el Sahel es un
fenómeno multifactorial, como en todos los lugares donde se da. La situación de
pobreza extrema es la base de todo, la no existencia de nada que comer es una
realidad cada día, una forma de vivir. En una región donde el cambio climático
está haciendo estragos las cosechas son cada vez más escasas, la agricultura no
es una prioridad para el gobierno, el sistema de salud es débil, las grandes
corporaciones mineras de las potencias extranjeras expolian hasta el último
gramo de oro y uranio, la especulación de las grandes corporaciones que
controlan los alimentos de primera necesidad no tiene límites…
¿Qué puede hacer ante esto una mujer
Peul? ¿Dos mujeres Peul? ¿todas las mujeres Peul?¿ Todos los hombres, mujeres y
niños Peul?
Es difícil contener la indignación
que uno siente al ver como Yunwa se señorea al pié de grandes minas de oro
gestionadas por multinacionales de una determinada nacionalidad, que pertenecen
a una corporación de otra nacionalidad distinta, que tienen su sede en un
tercer país….
Es difícil contener la indignación
cuando buscamos la obra social que realizan dichas empresas y encontramos que
fomentan la construcción de instalaciones deportivas en los países ricos del
norte en los que están registradas.
Y allí estaba Fátima, la abuela de
Tamini, de 8 meses nada más. Y también habían dos enfermeras sentadas, como trabajando
en una mesa.
Fatima estaba de pié, al lado de
Tamini, y Tamini estaba totalmente envuelta en una de esas bonitas telas de
colores porque acababa de morir, todavía
no hacía una hora que había ingresado en el hospital. La abuela miraba a las
enfermeras sin decir nada, esperando que hicieran algo más de lo que habían
hecho ya ¡o que le dijeran que solo estaba durmiendo! Las enfermeras hacían
como si estuvieran concentradas en algo encima de la mesa: impotentes, tristes,
tragando saliva, incapaces de dar una respuesta a la abuela ¡Yunwa había ganado
otra vez!
Tamini, envuelta en su tela, con
toda su dignidad. ¡Todas con toda su dignidad! Nadie dijo nada, no hacía falta
decir nada.
Después de media hora la abuela solo
llegaba a balbucear en francés: “tres días nada más”… Tres días desde que
Tamini se puso malita hasta que llegó al hospital.
¡Tenía que pasar! las estadísticas
lo decían. Tamini forma parte de ese tributo del 3% de niños que mueren
normalmente antes de 48 horas tras ser ingresados. Es el inevitable impuesto
que hay que pagar a Yunwa, el coste del expolio, de la especulación alimentaria,
de la inacción de todos.