. El centro de menores “La Purísima”, un antiguo fuerte militar. Melilla. FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS . Youssef tenía ocho años cuando decidió dejar atrás su hogar. No guarda un recuerdo muy nítido de esa época. Su familia no tenía dinero, tampoco ningún proyecto. Apenas iba a la escuela y se pasaba todo el día en casa. Desde pequeño tomó conciencia de que tarde o temprano tendría que salir de su ciudad . Y ese momento se entera de que hay trabajo a pocos kilómetros. Tras una semana de dudas, el chico recoge sus escasas pertenencias y sin decir nada, sale de su casa. Se dirige a Beni Enzar, un lugar de tránsito entre Melilla y Marruecos, y cuyo principal recurso es el contrabando. Youssef encontró la localidad peligrosa e insalubre, con la mayor parte de los edificios en ruinas y las calles sin asfalto. A pesar de eso se convirtió en su hogar durante los dos años siguientes. Vivía de pasar mercancía de un país al otro -los menores pasan más desapercibidos en la frontera- ganando apenas para comer y mendigando para acabar de sobrevivir. En ese tiempo duerme en garajes abandonados, escaleras o portales, siempre alerta para mantenerse alejado de las peleas. Sin embargo tuvo que ser firme para conseguir el respeto del resto de compañeros y ganarse el favor de los policías marroquíes. Por fortuna, Youssef contó con la ayuda de los comerciantes de la zona y de vez en cuando le dejaban lavarse en los cafetines. Pero con el tiempo, el infierno pudo con él. Todo a su alrededor empeoraba día a día. Sobre todo entre los amigos, cada vez más adictos al hachís y al pegamento. Corre el rumor de que en la ciudad vecina de Melilla existe un centro que se hace cargo de los niños que llegan desde Marruecos. Cada semana, consiguen colarse decenas de menores, aprovechando las horas de mayor afluencia en la frontera. Como ellos, Youssef, tras un par de intentos frustrados, logra entrar en territorio español. Pero una vez allí, se encuentra perdido. No conoce la ciudad, ni entiende el español. Deambula por las calles de Melilla hasta altas horas de la madrugada y nadie se acerca a hablar con él. Cada día intenta buscar trabajo pero es imposible. Duerme durante varias semanas en la calle hasta que un vecino se preocupa por su situación, le proporciona alimento, algo de ropa y le convence para que acuda a la Policía Local. Una vez en comisaría, los agentes le acompañan a su nuevo hogar, el centro de menores de La Purísima, la Ciudad Autónoma se encargará de su tutela hasta que cumpla los 18 años. La primera traba con la que se encuentra el recién llegado es administrativa. Youssef no conserva su partida de nacimiento ni ningún otro documento oficial. De memoria, sitúa en los ocho años su salida del hogar y calcula otros dos, de estancia en Beni Enzar. Sin embargo, las pruebas óseas, realizadas por las autoridades españolas, determinan que el chico no tiene diez, sino 12 años. Aunque no se muestra conforme con el resultado, Youssef empieza a saborear las ventajas de su nuevo hogar, vuelve a dormir en una cama con sábanas y almohada, el centro dispone de duchas y de un comedor. Sin embargo, acostumbrado a vivir en la calle con total libertad, el reglamento y los horarios le parecen muy estrictos. En La Purísima residen más de un centenar de menores. Además de las clases de castellano, pueden optar a diversos cursos. Los chicos tienen que aprender un oficio para poder desarrollarlo a partir de los 18 años. A su salida del centro necesitarán un contrato de trabajo para quedarse en Melilla, pero pocos lo consiguen. Como los menores saben que apenas habrá oportunidades, descuidan sus estudios. Muchos optan por viajar como polizones en un barco destino a la península. Creen que allí tendrán más posibilidades. Cuenta Youssef que los educadores del centro no contribuyen a levantar el ánimo de los chicos. Denuncia humillaciones e insultos. Señala que los retrasos o incumplimientos del reglamento se castigan con palizas y asegura haber tenido muchos problemas. Sin embargo, el chico conoce a un cuidador diferente que se convierte en su guía y protector. Le ayuda con los deberes, le felicita por sus méritos y también le reprende en sus faltas. Es como su segundo padre. Youssef complementa las clases de castellano, con un curso de jardinería y más adelante ingresa en una escuela de hostelería. Además de los conocimientos adquiridos, lo que más valora son las nuevas amistades. En sus ratos libres, sobre todo los fines de semana, procura alejarse del centro. Sale a correr por el paseo marítimo de la ciudad, lugar muy transitado por los melillenses. Coincide con otros atletas que le invitan a apuntarse al club de atletismo. Entrena a menudo y Youssef empieza a despuntar entre el resto de sus compañeros. Llegan las competiciones y los viajes a otras ciudades españolas. Conoce Linares, Madrid y Gijón. En los aviones experimenta una sensación de libertad hasta ahora nunca vivida. Es un periodo frenético. Youssef se apunta también al colegio de árbitros y aprende a tocar en una banda de música. . FOTO © José Palazón . Sin embargo, todos los logros que obtiene en los estudios y en el resto de actividades se desvanecen cada día a su regreso al centro. No existen los premios, ni los halagos pero Youssef sigue con sus progresos. Le ofrecen un trabajo como camarero en un restaurante de la ciudad. Se siente esperanzado y no quiere desaprovechar la oportunidad, aunque es un contrato en prácticas y no gana dinero. Por fin llega su 18 cumpleaños, Youssef debe recoger sus cosas y marcharse de La Purísima. Sin despedirse apenas de sus compañeros y de los educadores, el chico vuelve a la calle. Es un día raro, no sabe dónde pasará la noche pero se siente afortunado, tiene la posibilidad de renovar su contrato de trabajo. Su jefe le ayudará a buscar un piso de alquiler. Un año más tarde, Youssef sigue con el mismo empleo. Está contento, tiene un sueldo y sobre todo libertad. Pese a que no está demasiado tiempo en casa le gusta tenerla limpia y ordenada. Una sola idea ronda por su mente, formarse para progresar. Todos los días, a primera hora de la mañana acude a clases para adultos, quiere sacarse el graduado escolar y más adelante matricularse en la universidad. Su tiempo libre lo dedica al trabajo y la formación, ni siquiera ha retomado los entrenamientos de atletismo. Durante los diferentes días en los que nos reunimos para hablar, Youssef se mostraba optimista. Quería contar su historia, se sentía orgulloso de su trayectoria. Reconocía tener mucha suerte pero añadía que había luchado mucho. Sin embargo, también compartí con él jornadas melancólicas. A veces se encontraba cansado y con ganas de progresar a una mayor velocidad. Señalaba que todo el camino había merecido la pena pero lamentaba haber heredado de estos convulsos años, rasgos como la inquietud o la desconfianza. Youssef tiene actualmente toda la documentación preparada, solo queda que la oficina de Extranjería tramite los papeles definitivos. Cuando los consiga, su intención es quedarse en Melilla y no cambiar nunca más de hogar. FRONTERA SUR – YOUSSEF
La historia de Youssef, un muchacho marroquí que ha logrado abrirse camino enMelilla, es un ejemplo de superación, una excepción que confirma la regla de las dificultades para sobrevivir de los menores no acompañados que llegan clandestinamente a España. Escapó de su casa con ocho años, estuvo de mendigo en la frontera, trabajó como porteador y evitó a duras penas caer bajo la bota de la droga. Le metieron en un centro de menores. Aprendió un oficio y se hizo atleta. Hoy, ya mayor de edad, trabaja como camarero en la ciudad. Una vida para tener en cuenta especialmente hoy, en el Día Universal de los Derechos Humanos.
Por Lucía Retuerto Larumbe para GEA PHOTOWORDS
APRENDIENDO UN OFICIO
Lucía Retuerto Larumbe es periodista especializada en temas sociales, flujos migratorios y sigue con especial interés la vulneración de los Derechos Humanos. Ha trabajado en Radio Nacional de España en Melilla.
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